Sudbury Valley School (en adelante SVS) comenzó su andadura en 1968 partiendo de una premisa planteada por Aristóteles: “los seres humanos son curiosos por naturaleza”. La experiencia de esta escuela verdaderamente democrática, es el ejemplo vivo de que es posible educar en el más profundo de los respetos, de que el respeto sólo se puede aprender desde la vivencia de ser respetado y de que sólo viviendo la democracia es posible aprender a convivir en democracia.
La escuela está gobernada por una democracia pura, a través de la Asamblea Escolar en la que cada estudiante y cada miembro del equipo tiene un voto. Todos los aspectos de la escuela operan de esta forma sin excepción: las reglas, el presupuesto, la administración, los contratos, los despidos y la disciplina. Funciona sin ningún tipo de ayuda, ni del estado ni de fundación alguna y con una matrícula que está en torno a la mitad del gasto por alumno de las escuelas públicas y muy por debajo de las escuelas independientes privadas.
Cada alumno decide lo que quiere aprender y cuando. Podría parecer a primera vista que este modo de funcionamiento puede degenerar en caos pero la realidad es bien distinta. Cuando alguien o un grupo, quiere aprender algo, lo propone a la persona del equipo que les parezca adecuada, se fija la hora y el día y si llegan cinco minutos tarde se suspende la clase, si faltan por segunda vez se suspende la enseñanza. En veinte semanas, después de veinte horas de contacto, un grupo interesado en Aritmética había asimilado toda la materia que habitualmente se da en seis años. Cuando algo interesa de verdad el tiempo para aprenderlo se reduce de forma exponencial.
Esta es una escuela donde no hay cursos, no hay evaluaciones, no hay segregación por edades. Cuando un estudiante quiere entrar en una universidad se prepara para pasar el SAT (prueba de actitud universitaria equivalente a la selectividad), con ayuda de algún miembro del equipo educativo se enfrascan en los libros de exámenes siendo infrecuente que el proceso lleve más de cuatro o cinco meses, a pesar de que para muchos éste es el primer vistazo al material.
Algunos aspectos pueden ser muy chocantes para la sociedad de “fuera”. Daniel Greenberg, autor del libro y miembro del equipo fundacional de la escuela, relata como su segunda hija no decidió que quería aprender a leer hasta los nueve años. Hasta los seis o siete podía ser normal pero a los ocho, para abuelos y conocidos eran ya unos padres delincuentes, una escuela que permitía esto no podía ser buena.
En SVS no se estimula, no se pregunta, nadie dice “¡Aprende a leer ahora!”. Nadie ofrece con fingida emoción “¿No sería divertido leer?”. La convicción es esperar a que el estudiante dé el primer paso. Al igual que de manera natural los niños quieren aprender a hablar, cuando se les deja con sus propios recursos, ven por sí mismos que en nuestro mundo la palabra escrita es algo mágico para el conocimiento. Es entonces cuando se interesan en la lectura y aprenden en muy poco tiempo.
Greenberg narra el caso de un chico que desde que entró en la escuela lo único que hacía era pescar, un año y otro, todo el día, todos los días, otoño, invierno, primavera… Era un experto en pesca, y era feliz. A los quince años se enamoró de los ordenadores. Con dieciséis estaba trabajando como experto en mantenimiento para una empresa local. Con diecisiete él y dos amigos abrieron su propia empresa. Con dieciocho continuó estudiando informática en la universidad mientras se autofinanciaba con su trabajo.
La mezcla de edades es el arma secreta de SVS. Cuando las destrezas y la capacidad de aprendizaje no están al mismo nivel los chicos se ayudan unos a otros y lo hacen porque no compiten por notas o recompensas sino por lo satisfactorio que es ayudar a alguien y tener éxito en ello, eso les da un sentido de valía y de talento. Además está el lado del aprendizaje, a los adolescentes les gusta aprender entre ellos. Es más fácil. El que hace de profesor está más cerca de las dificultades del que hace de alumno que un adulto, las explicaciones son normalmente más simples, mejores. Así la escuela es comparada frecuentemente con una ciudad donde todos están juntos, todo el mundo enseña y aprende, es modelo, ayuda, regaña y comparte la vida.
En SVS no hay campanas ni “tiempos” de clase. La escuela abre a las 8.30 de la mañana y cierra a las 5 de la tarde, desde ahí, el tiempo utilizado en cualquier actividad se desarrolla desde dentro de cada uno, en la cantidad de tiempo que desea y necesita. Y siempre es la cantidad adecuada. El crecimiento de cada niño se produce de acuerdo a su propio sentido del tiempo. Si un estudiante necesita más tiempo del que ofrece la escuela, cogen las llaves y algunos incluso acuden en vacaciones y fines de semana. Los antiguos alumnos suelen decir: “La escuela me dio el tiempo para encontrarme a mí mismo”.
Existe la creencia de que si se deja a los niños elegir sus actividades, siempre se inclinarán hacia el camino más fácil. Eso no es lo que ocurre con los especímenes en vivo. La mayor parte del tiempo los chicos eligen el camino más difícil. (…) En realidad no sé por qué sucede esto, pero veo que sucede todo el tiempo. Es como si los chicos vieran sus puntos débiles simplemente como un desafío que deben afrontar.
Después está el que “los niños necesitan saber un poco de todo”… como si tú o yo o un panel de expertos pudiera escoger del vasto océano del conocimiento humano la combinación adecuada de gotitas que todo el mundo necesita beber. Aquí no se intenta seducir a los estudiantes para que aprendan lo que “deben” aprender, aquí lo más importante es la exposición a la realidad. Para aprender y crecer, las luchas cotidianas, desilusiones, frustraciones y fracasos son esenciales.
Las incidencias, problemas, formas de organización, todo, se ha ido resolviendo en la Asamblea Escolar. Las reglas son propuestas y aprobadas en ella. Todos los estudiantes independientemente de la edad tienen un voto en la Asamblea, también los padres. La asistencia es opcional, no hay delegación de voto. Dado que el Orden del Día se anuncia con antelación todas las semanas, ocurre en la escuela lo que ocurre en cualquier democracia libre: cuando un asunto es importante para alguien, esa persona acude, en caso contrario normalmente no se preocupan. Así que el posible “problema” de que un niño con cuatro años pueda votar en algo que no le concierne es prácticamente nulo.
El sistema de justicia de SVS gestiona más de un centenar de quejas al año y puesto que todo el mundo forma parte del proceso, todos colaboran, cada individuo sabe que el funcionamiento de la escuela como institución depende del consentimiento general a las reglas aprobadas por la Asamblea y juzgan justamente. El resultado es que todo el mundo es tratado justamente en esta escuela, nadie está atemorizado por la autoridad ni teme a nadie, la gente se mira directamente a los ojos como miembros iguales de la comunidad en la confianza de que su libertad está protegida por un sistema de justicia imparcial e igualitario.
SVS es una escuela abierta, en medio de un parque natural y a unos 2 Km. de Framingham (Massachusetts), con estudiantes de entre 4 y 19 años. Es natural que surjan conflictos. Llevó unos años que la policía se acostumbrara a ver a los “fugados” alumnos por la ciudad o la carretera. El propio campus, con árboles, rocas, carreteras, ríos, podía ser peligroso y se habló muchas horas de estos asuntos pero la filosofía aquí es que las personas por naturaleza, cuidan de su propio bienestar, no son autodestructivas. El peligro real descansa en tejer una red de restricciones alrededor de las personas. Las restricciones se convierten en desafíos y romperlas se convierte en una prioridad tal que incluso la seguridad personal puede ser ignorada. Relacionarse con los riesgos cotidianos es una parte importante de lo que los estudiantes aprenden aquí, en SVS viven en el mundo real, sin confinamientos.
Cuando alguien necesita material para algo (rebelado, cerámica, cocina…), lo pone de su propio bolsillo. A veces se organizan colectas o tómbolas para conseguir financiar algo para un grupo, como material deportivo, instrumentos musicales… como siempre sometiendo el tema a votación en la Asamblea.
Para el equipo de SVS la lección más dura, la que más autodisciplina requiere, es no “dar” a los estudiantes a menos que ellos lo pidan. Aprender a mantenerse a cierta distancia y no interferir con el proceso de crecimiento interno de cada uno, cualquiera que sea su edad o etapa de desarrollo.
La escuela siempre ha sido muy cuidadosa en cuanto a evitar cualquier impresión de jerarquía de actividades. Nadie dice que la preparación para la facultad es lo mejor, que la formación en un comercio está en un escalón inferior, que la formación profesional es para los fracasados. Cualquier interés humano es un objetivo valioso si ha sido elegido libremente desde un deseo interior autentico.
Las investigaciones realizadas sobre los antiguos alumnos demuestran que son, en general, personas independientes, integradas, con un sentido de sí mismos que proporciona sentido a sus vidas. Pero el lazo común que les une a todos es la comprensión de que sus años de crecimiento no les han sido escamoteados, mantuvieron su infancia tanto tiempo como desearon, tejiendo los maravillosos patrones que solo los niños son capaces de crear. Todas las personas son creativas si se les permite desarrollar sus talentos exclusivos. Es el mejor regalo que una escuela puede hacer, no robarles lo que verdaderamente les pertenece, permitirles ser ellos mismos.
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